En mi anterior entrada, exponía mi impresiones generales sobre los Encuentros de Filosofía (edición XVI), que han tenido lugar en Oviedo los pasados 15 y 16 de Abril de 2011, y había contrastado el ambiente de controles que envuelve a la Educación Secundaria y la holgura que ofrecen los Encuentros de Filosofía para que los profesores jóvenes muestren su creatividad.
Ahora voy a ocuparme de la Educación Universitaria y de lo que los Encuentros pueden aportar.
¿Y qué está ocurriendo en la Universidad? Pues ya lo he adelantado, pero ahora voy a poner algunos ejemplos. Por supuesto que voy generalizar, y que habrá muchas excepciones en el panorama , lo cual es normal cuando exponemos una tendencia. Ahora, un profesor o aspirante a serlo escribe un libro, y se dosifica para escribir sólo uno, porque necesita presentarlo para que le certifiquen como Profesor Contratado Doctor o Profesor Titular, no porque el libro le salga de dentro como fruto de una reflexión. ¿Y por qué sólo uno? Porque quien evalúa la calidad «científica» de las Revistas, por ejemplo, otorga más puntuación a un artículo que a un libro. Resultado comprobable: Muchos profesores ya no citan libros. Y peor aún, prácticamente no los leen.
Dicho de otro modo: Muchos jóvenes investigadores escriben, cortan y pegan, pero no leen. Están agobiados por publicar, y por publicar ya. Los Comités de las Revistas admiten muchos artículos sin el menor peso teórico, pero con estadísticas dirigidas a asar lo que está ya cocido. Como el Índice de Impacto de una Revista se obtiene por las veces que otros colegas citan un artículo de la misma, el resultado es enteramente previsible: Un autor citará, a veces tomándolo por los pelos, el artículo de otro que es amigo o con el que le conviene quedar a bien.
O varios colegas, que forman una red porque trabajan sobre el mismo asunto, se dedican a citarse entre sí, pero no libros. Y citarán no cualquier tipo de artículos. El modelo norteamericano de evaluación de las Revistas está basado en la falacia de la novedad, tal como la detectó David Hackett Fischer: «Lo mejor es lo reciente, sin duda alguna». Todos los filósofos son antiguallas para este modelo. Por tanto, los evaluadores españoles de la calidad «científica» de una Revista sólo se ocuparán de las citas de los dos a os anteriores.
Algunos autores norteamericanos se dieron cuenta, hace ya veinte años, de la que se les venía encima. Todd Gitlin demostró una clarividencia excepcional. Según él, un signo muy preocupante de los tiempos que corrían era la disminución de las revistas de pensamiento. En su lugar, aumentaban las revistas especializadas que recogían los artículos con los que una serie de selectos querían hacer carrera con un estilo escolástico barroco. No resultaba extraño el empobrecimiento del ambiente intelectual general.
«¿Cuántas veces puede oírse ahora a dos estudiantes universitarios discutiendo sobre una novela que han leído fuera de clase? ¿O sobre un artículo de prensa?. Leer por placer parece hoy un gusto estrafalario, el equivalente al gusto por la construcción de trenes de juguete. Los estudiantes universitarios ignoran las tradiciones literarias, filosóficas o artísticas; no leen periódicos; y los estudiantes no educados se convierten en profesores sin educar».
Los Encuentros de Filosofía son muy importantes porque no están sometidos a los agobios, a las prisas que tienen angustiados a muchos jóvenes que quieren dedicarse a la enseñanza y a la investigación. Y así es como los asistentes pueden exponer ideas propias, con interpretaciones que no se basan en citar lo que han dicho otros. Reconozco que me aburro pronto cuando veo y oigo a alguien que no es creativo. Sin embargo, puedo pasarme muchas horas escuchando a quienes tienen ideas originales.
Pues bien, en todo el tiempo que han durado los Encuentros dedicados a Religiones y Democracias, sólo me he aburrido durante los veinte minutos que duró una comunicación. Aquí no nos encontramos con enviados especiales a los países árabes donde ha habido revueltas, y que sólo nos entregan imágenes, con interpretaciones muy someras. Aquí hemos visto cómo un gran experto en el mundo árabe nos ha enseñado a deducir la gran influencia de los islamistas en estas revueltas, partiendo de las imágenes que nos han llegado a través de la televisión, que él ha sabido interpretar desde la comunicación no verbal. No he visto en los medios de comunicación una interpretación tan fina, a la cual sólo ha podido llegar observando y después de pensar a fondo.
Me ha llamado mucho la atención cómo un profesor de Secundaria de Málaga tenía un conocimiento exhaustivo sobre Stalin y sus estrategias y tácticas para combatir a las religiones, y más en concreto al islamismo, hasta convencerse de que no podía erradicar la religión y se decidió por la iglesia ortodoxa, utilizándola propagandísticamente cuando los alemanes invadieron la Unión Soviética. O el dominio de otro conferenciante sobre un asunto tan complicado como Cristianismo democrático versus Democracia cristiana. Y así sucesivamente.
Lo mejor que puedo decir es que le he encontrado igual. Menos mal. Porque si alguna vez Bueno bajase la guardia y practicase las reglas de las relaciones públicas, adiós Gustavo Bueno. Sigue en plena forma, como lo demuestra su conferencia sobre un planteamiento general entre las religiones y las democracias, lleno de ideas que no tienen otros. Lo mejor de los escritos y de las intervenciones orales de Bueno es que evita andar por caminos impracticables. Si sólo se limitase a exponer sus ideas, caería bien a casi todo el mundo. Como, además, considera imprescindible refutar las ideas que él considera sin fundamento, dislates o tonterías, aquí está la madre del cordero de por qué Bueno puede caer mal a mucha gente.
Es como le ocurría a Unamuno: Llegaba a una oposición y asombraba a los miembros del tribunal con sus inagotables conocimientos. Y cuando ya tenía la cátedra ganada, le gustaba rematar con un «Pero yo, Miguel de Unamuno, afirmo que…». Y ahí perdía la cátedra. Como además, el humor de Bueno va aumentando de año en año- y ya está en los ochenta y seis y medio-, cada vez se va a ir ensanchando el espacio entre Bueno y sus enemigos. Aunque con el importante matiz de que a Bueno le ocurrirá también lo que a Clarín: Él perdurará; de sus enemigos, sobre todo de los que están llenos de odio político, no se acordará nadie dentro de muy pocos años.
Hay ciudades que sobresalen porque tienen un equipo en Primera División. Hay otras que pueden llegar a ser conocidas por algo que las demás no han conseguido. Por ejemplo, y ahora que se aproximan las elecciones municipales, una ciudad de primera es la que es capaz de acabar con el vandalismo de los graffiti, que tanto afean las calles, las casas, los establecimientos comerciales. Como hizo el Alcalde Rudolf Giuliani en Nueva York. Y hay otras que pueden llegar a ser de primera porque ofrecen lo que otras no pueden. Por ejemplo, Asturias cuenta con la Fundación Gustavo Bueno y con la Sociedad Asturiana de Filosofía.
Creo que llevan mucha distancia a otros grupos con inquietudes semejantes en otras ciudades españolas. Pues bien, estas dos organizaciones pueden contribuir a revitalizar la ense anza de la filosofía en Espa a. Si los políticos asturianos son inteligentes, las apoyarán con todas sus fuerzas. Como en su día hizo Manuel Fernández de la Cera, que supo promover a Leoncio Diéguez a Director del Conservatorio de Oviedo. Y éste lo prestigió hasta convertirlo en el mejor Conservatorio de España. España es la nación de los precedentes. ¿Qué mejor manera de acabar estas impresiones que ofreciendo un precedente y un modelo tan importante?
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Felicísimo Valbuena de la Fuente es Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Catedrático en la Facultad de Ciencias de la Información.