La gran noticia relacionada con el fútbol de los últimos meses ha sido el clima que ha dominado los dos partidos de la Copa de Europa- prefiero seguir llamándola así, porque Champions me parece la pobre idea de un marketiniano con el ingenuo anémico- que han disputado el Barcelona y el Real Madrid. Si ya en la Liga Española todas las semanas podemos ver, en los resúmenes comentados de los partidos, algunos errores arbitrales, la retransmisión a todo el mundo de esos dos partidos ha dado lugar a varios hechos de gran importancia en comunicación política y empresarial.
Ya es un tópico decir que el Barcelona es más que un club. Esto tiene un aspecto muy inconveniente: si los árbitros cometen errores a favor del Barcelona, la conclusión que muchas personas extraen es que logran esos favores por cuestiones políticas. Lo cual da lugar también a una teoría conspiratoria, pues tal ha sido la versión del entrenador del Real Madrid, Mourinho. Y como la masa de aficionados de este Club apoya la versión de Mourinho, el asunto pasa a convertirse en un problema de comunicación política.
Como ya he expresado en algunas ocasiones, una característica de la comunicación política es que siempre es de uno/s contra otr/os. Y el reflejo de ese enfrentamiento ha llegado, incluso, a la selección nacional, donde Del Bosque ha reconocido que tiene que restablecer la unidad perdida. Si todo hubiera quedado aquí, el problema sería controlable. Sin embargo, y tal como muestran los correos que están circulando por Internet, la imagen del Barcelona está erosionándose cada día más.
Sobre todo, las presentaciones y videos de muchos internautas muestran a algunos jugadores del Barcelona como blandengues, exagerados, taimados y, en definitiva, tramposos. Y un club que tiene al mejor jugador del mundo- Lionel Mesi wes para mí, el mejor de la historia-, no puede mirar para otra parte. Y la UEFA, tampoco. Si entre los aficionados de muchas partes del mundo arraiga la idea de que los árbitros favorecen al Barcelona, los expertos en comunicación política y empresarial que tenga o contrate el Barcelona van a tener que poner sus neuronas a trabajar a fondo.
Ya me he ocupado varias veces en este Blog de los libros de Desmond Morris y, más en concreto, de El deporte rey, traducción del título inglés La tribu del fútbol. El título español es un tópico sin gracia. El inglés refleja mucho mejor el contenido del libro.
Aunque todos los capítulos son excelentes, hay uno que siempre me ha atraído más que los demás. Sobre todo, porque lo leo desde la perspectiva de Juegos en que participamos, de Eric Berne. La estructura de un juego, tal como lo entiende Berne, es la misma que la de un timo. Pues bien, Morris dedica el capítulo 18 de su libro a «Ardides del juego», es decir, a los timos de los jugadores de fútbol (Págs. 103-111). La gracia de este capítulo es que distingue hasta 20 ardides o timos, pero atendiendo a la comunicación no verbal, al lenguaje corporal de los jugadores. Y el sentido de la observación de Desmond Morris es extrordinario.
¿Adónde quiero ir a parar? A algo tan sencillo como esto: Si los árbitros leyesen y estudiasen el libro de Desmond Morris, sabrían dan con la «antítesis» , tal como la entiende Berne, es decir, identificarían los timos de los jugadores y no caerían en sus trampas, sino que responderían adecuadamente.
Vamos a ver si el ardid nº 10 que distinguió Morris nos ayuda a comprender, aunque sea parcialmente, lo que ocurrió en los dos partidos de la Copa de Europa.
«10 El dolor. Cuando un jugador ha sido derribado, puede exagerar la falta retorciéndose en el suelo como un lefio que rueda hasta adoptar la forma de un fardo encogido. Convulsionando la cara y arqueando el cuerpo, consigue que el masajista vaya a atenderle. Después de cojear unos instantes, reanuda valerosamente el juego, pero aparenta estar malamente tocado. Esta maña posee, tres ventajas. En primer lugar, granjea la simpatía de los hinchas, que emprenden un vendaval de abucheos contra el culpable de la falta y tal vez continúen acosándole durante el resto del encuentro, insultándole cada vez que entra en posesión del balón y, en consecuencia, perturbando su serenidad.
En segundo término, el jugador caído puede ingeniárselas para persuadir al árbitro de que la falta ha sido suficientemente grave como para merecer una tarjeta amarilla. Por último, al quedar aparentemente lesionado a raíz del incidente, el jugador víctima del mismo dejará en teoría de ser una amenaza para el adversario. En un momento de descuido tal vez le concedan una ligera ventaja, que el jugador aprovechará para recuperarse milagrosamente y, lanzándose a toda velocidad con el balón, marcar un gol inesperado.
El caso más extremo de dolor fingido acontece en medio de un súbito barullo, cuando tantas cosas suceden tan rápidamente que el árbitro no puede ver la ejecución del engaño. Llevar a cabo esta maña requiere un cráneo muy sólido y una mentalidad brutal. Al propinar un cabezazo deliberado a un oponente, el transgresor confía en causar el mayor daño posible. A continuación se deja caer de espaldas para dar la impresión de que el golpe se lo han asestado a él. Esto se ha visto en partidos internacionales en que jugaban los jugadores de fútbol de primera fila. La multitud empezó a silbar para llamar la atención del árbitro sobre el hecho de que un jugador andaba dando tumbos, aturdido y con el rostro bañado en sangre. Cerca de él, tendido en el césped, había un oponente.
Los compañeros de equipo se arracimaron en torno del jugador medio inconsciente, que solo acertaba a murmurar: «¡Me ha dado un cabezazo en la cara y se ha tirado al suelo!». El árbitro llegó apresuradamente y al instante mostró la tarjeta amarilla a la víctima ensangrentada, dando por sentado que el hombre caído en el suelo había sido la parte inocente. En cuanto los masajistas hubieron abandonado el campo, el farsante se puso en pie, se rió a la cara de su víctima y se alejó tranquilamente hacia su puesto en el terreno. Todavía conmocionado por el golpe y enteramente deprimido por la sucia treta de que había sido objeto, el jugador herido perdió la concentración, como era previsible, y el «cofre de jugarretas» había triunfado de nuevo.
En cuanto astuta estratagema, el dolor fingido ocupa el primer puesto de todas las mañas futbolísticas. Es más antigua incluso que el fútbol, pues se remonta a los primeros partidos de balompié popular. (A continuación, Desmond Morris cuenta un caso del siglo XV).
El problema con que se enfrenta el árbitro ante un jugador que se retuerce en el suelo, mientras los hinchas del conjunto adversario gritan: «¡Dale un óscar de Hollywood!» o «Puro cuento!», para expresar su escepticismo, es decidir si el hombre está realmente dolorido o no. Los árbitros son tan cínicos como el que más respecto de tales incidentes, pero se hallan en una difícil postura. Los jugadores de fútbol reciben heridas serias y auténticas, y en cuanto autoridad suprema en el campo, el árbitro no puede permitirse el lujo de cometer un error y desatender a un hombre que quizá necesite urgente asistencia médica. De modo que el truco del dolor falso funciona mucho mejor que muchas otras formas de estratagemas futbolísticas». (Morris, Desmond, El deporte Rey, Barcelona, Argos Vergara, 1982, Págs. 106-107).
Los diferentes profesionales utilizan durante sus intervenciones este triple lenguaje no verbal. Es muy importante para ellos dar buena imagen es parte de los grandes futbolista o todo el que se quiere dedicar a la comunicación, es por ello que en el máster oficial en comunicación o máster en comunicación corporativa se enseña la importancia de la comunicación no verbal en todo momento.
Felicísimo Valbuena de la Fuente es Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Catedrático en la Facultad de Ciencias de la Información.