Hace unos días vi La red social, en la que no encontré un gran argumento, pero sí la historia de un personaje muy creativo, Mark Zuckerberg, el inventor de Facebook. Y de vuelta a casa, y por la semejanza en la terminación del apellido, recordé también a otro personaje también muy intuitivo y dinámico, Willi Münzenberg. Entre uno y otro, prácticamente ochenta años, pues Münzenberg conoció y trató a Lenin.
En 1994, Stephen Koch publicó su libro Doubles Lives. Stalin, Willi Münzenberg and the Seduction of Intellectuals. Tres años después, Tusquets Ediciones lo tradujo como El fin de la inocencia. Willi Münzenberg y la seducción de los intelectuales. Pienso que es mejor el título original, pero ya estamos acostumbrados a que las editoriales hagan auténticos disparates con los títulos. El que se lleva la palma, por ahora, a mi entender, es quien tradujo el libro Sex in Human Loving, de Eric Berne, por Hacer el amor.
Willi Münzenberg, un genio de la propaganda
Stephen Koch da la clave para entender a Willi: fue a la propaganda lo que ahora sería un joven prodigio de la informática- y lo escribió hace diecisiete años. Sí, podríamos decir que ahora se parecería en algunos aspectos a Mark Zuckerberg, el inventor de Facebook (aunque éste no tiene inquietud política alguna). Trotsky se dio cuenta de que el Münzerberg de veintiséis años tenía un talento especial para el servicio secreto y así se lo hizo saber a Lenin. Sabía organizar redes clandestinas: sistemas secretos para transmitir información, blanquear dinero, falsificar pasaportes y pasare gente por fronteras muy vigiladas como por arte de magia. Münzerberg era un comunista de pies a cabeza, aunque su forma de vida era elegante y distaba mucho del acostumbrado estilo desabrido de los comunistas.
Willi Münzenberg fue el primer gran maestro de dos clases bastante novedosas de espionaje, de importancia decisiva y muy útiles para los soviéticos: la operación secreta de propaganda y el «simpatizante» secretamente manipulado. Su objetivo era crear en el Occidente bien pensante y no comunista el prejuicio político dominante en la época: la creencia de que cualquier opinión que pudiera servir a la política exterior de la Unión Soviética provenía de la esencia de la decencia humana. Quería esparcir la sensación, como una ley de la naturaleza, de que criticar en serio o desafiar la política soviética era prueba inequívoca de ser una mala persona, intolerante y posiblemente inculto, mientras que apoyarla era prueba infalible de poseer un espíritu progresista, comprometido con todo lo que era mejor para la humanidad, sin duda marcado por una sensibilidad refinada y profunda.
Para crear las redes de organizaciones y simpatizantes, Münzenberg utilizó todos los recursos de la propaganda, desde la opinión cultural de altos vuelos hasta medios populacheros y circenses. Organizó los medios de comunicación: periódicos, cine, radio, libros, revistas, el teatro. Involucró a toda clase de líderes de opinión: escritores, artistas, actores, comentaristas, clérigos, profesores, empresarios, científicos, psicólogos, cualquiera cuya opinión fuera respetada por el público. La verdadera y secreta misión de Münzenberg en el mundo político era dirigir los lazos invisibles entre la propaganda y el poder.
Su tiempo de esplendor duró poco menos de quince años, desde la plaga del hambre en la región del Volga en Rusia y el caso Sacco-Vanzetti en Norteamérica hasta la guerra civil española. A lo largo de ese tiempo, logró un éxito sorprendente movilizando a la intelectualidad occidental en pro de un conjunto de posturas políticas y éticas que satisfarían las necesidades soviéticas. En el proceso, organizó y definió la agenda moral ilustrada de su época. En cierto sentido, el aparato de Münzenberg fue el factor clave que marcaba el rumbo de las opiniones políticas con que hoy caracterizamos a los años treinta.
Cientos de grupos y de comités operaban bajo sus auspicios o los de sus agentes. Los hombres famosos bajo su influencia o manipulados regularmente por los «hombres de Münzenberg» conforman un listado asombroso de notables de aquella época, de Ernest Hemingway a John Dos Passos, de Lilian Hellman a Geroge Groz, de Erwin Piscator a André Malraux, de André Gide a Bertolt Brecht, de Dorothy Parker a… Kim Philby, Guy Burgess y Anthony Blunt. Sin duda, todo el aparato cultural e intelectual del estalinismo «idealista» fuera de Rusia y gran parte de su apparat secreto operaban en el seno de un sistema que Münzenberg había puesto en funcionamiento.
Por supuesto, la mayoría de los simpatizantes controlados por estos agentes, y sin duda la mayoría de la gente que imbuía de idealismo las organizaciones de Münzenberg, no tenían la más remota idea de que sus conciencias estaban siendo orquestadas por agentes de Stalin. En su mayoría eran auténticos creyentes, gente que soñaba con un nuevo «humanismo» socialista y radical dirigido por los soviéticos. Con cierto desprecio, Münzenberg tildaba de «inocentes» a esta gran horda de fieles radicales.
¿Por qué el libro de Koch es importante en Comunicación Política?
Si las cuatro estrategias de la Comunicación Política son Reserva, Publicación, Puesta en Escena y Persuasión, Münzenberg sobresalió en todas. Por eso, es tan importante estudiar su manera de actuar. Muestra hasta dónde puede llegar una mente individual con el poder de su imaginación. He seleccionado unos fragmentos del libro de Stephen Koch, pero sólo de las 33 primera páginas, de las 451 que lo componen. Esta obra da mucho de sí y volveré a ocuparme de ella.
Aplicando los conceptos de Eric Berne, el fundador del Análisis Transaccional, podemos decir que Münzenberg, ese genio de la propaganda, era un Niño Adaptado a los deseos y designios de Stalin, que acabó destruyéndolo, como hizo con tantos. Pero mientras llegó ese momento, en 1940, Münzenberg estableció una gigantesca relación angular con miles de personas. Es decir, él sabía qué era lo que quería, pero se lo ocultaba a casi todos. Practicaba pues, a la vez, la Reserva hasta extremos increíbles y, a la vez, organizaba grandes Puestas en Escena.
Y su manera de actuar inspiró a la CIA para, después de 1945, organizar lo que la investigadora Frances Stonor Saunders tituló La CIA y la Guerra Fría Cultural, otro magnífico libro, del que me ocuparé también en próximas entradas.
Si deseas estudiar un máster oficial en comunicación política o un máster en consultoría política como los que imparte ID Digital School en el centro de postgrado UCJC, ¡CONTÁCTANOS!